
En el mundo del rock and roll—o el pop, o la música popular, o como prefieran llamarlo—hay una línea invisible entre el artista y el predicador, entre el entretenimiento y el sermón. Cruzarla es un riesgo calculado, y Andrés Calamaro, el cantautor argentino cuya carrera ha oscilado entre el genio lírico y el autosabotaje performático, acaba de tropezar con ella en medio de un concierto en Cali, Colombia. El resultado fue un espectáculo bochornoso, un choque frontal entre el artista y su público, y una lección sobre por qué mezclar música con posicionamientos políticos polarizados rara vez termina bien.
Un torero sin público
El pasado 17 de mayo, en el Arena Cañaveralejo de Cali, antigua plaza de toros reconvertida en escenario multiusos, Calamaro interrumpió su interpretación de «Flaca» para simular una verónica con su chaqueta roja. El gesto, ya de por sí provocador en una ciudad donde las corridas de toros fueron prohibidas en 2024, fue solo el preludio de lo que vendría después: una diatriba en defensa de la tauromaquia. «Quiero dedicar esta canción a todos los toreros, ganaderos, banderilleros y aficionados que se quedan sin trabajo porque votaron para eso: dejarlos en la calle», declaró. La respuesta fue inmediata: abucheos, gritos en contra de la tauromaquia y un ambiente que pasó de la euforia al malestar en segundos.
Calamaro, en lugar de retractarse o cambiar de tema, optó por la confrontación: «Lo siento, están cancelados y bloqueados. Hasta nunca», soltó antes de abandonar el escenario. Regresó minutos después para terminar el show, pero el daño ya estaba hecho. Las redes sociales estallaron, los titulares se llenaron de indignación y el concierto atrajo el interés mediático no por la música, sino por la polémica.
Este no es un incidente aislado. Calamaro lleva años usando sus conciertos como plataforma para defender la tauromaquia. Y el problema no es que los músicos tengan opiniones —todos las tenemos— sino su arrogancia y querer imponer una reivindicación que, lejos de ser una causa justa, choca con los valores de gran parte de su audiencia. El resultado es predecible: abucheos, cabreo generalizado y una mancha permanente en tu legado. Imponer a tu audiencia una postura divisiva es, como mínimo, una torpeza, si no directamente una falta de respeto.
La historia del rock está llena de artistas que usaron su popularidad para provocar y denunciar injusticias: desde Bob Dylan y su «Masters of War» hasta Rage Against the Machine y su crítica al capitalismo. Pero hay una diferencia clave: esos artistas hablaban desde la música, no a pesar de ella. Sus mensajes eran parte integral de su arte, no interludios incómodos entre canciones.
Calamaro, en cambio, no está defendiendo los toros a través de letras valientes o metáforas poderosas. Lo hace con declaraciones explícitas, fuera de contexto. Su defensa de la tauromaquia —una práctica cada vez más rechazada por su crueldad— no sólo aliena a su público, sino que revela una desconexión preocupante con la realidad social de los países que visita.
Al final, quizás el problema no sean los toros, ni la política, ni siquiera el público que le abuchea. Quizás el problema sea que en algún momento entre «Flaca» y los improperios, Andrés Calamaro se ha convertido en un hombre enamorado de su propio personaje, y ya no distingue el escenario de una trinchera. Y eso, queridos lectores, no es arte. Es tan solo otro espectáculo triste en una plaza que, tarde o temprano, terminará vacía.
Publicado por:
Director de Mallorca Music Magazine, ejerciendo de fotógrafo, editor y redactor.
Apasionado de la buena música y las artes escénicas.
Fotógrafo especializado en fotografía musical y de conciertos.
No hay comentarios